24/10/2020

Valentina Rivero -- La flor negra

 (Trabajo del Taller de Narrativa 2020.) 


No hay martirio más grande que el hondo desconsuelo
de suspirar ausente de los paternos 
lares, y deshojar la rosa negra de los pesares 
bajo la indiferencia de otro sol y otro cielo.

   Nicolás Guillén, Páginas vueltas.


Rosa podía oír el sonido del mar con mucha dificultad mientras se colocaba cáscaras de papa, muy chiquitas y mojadas, por toda la cara.
Siempre creí que hacer eso era una estupidez, pero crecí con ella explicándome que dichas cáscaras sirven para calmar la fiebre, o algo así. 
La anciana, de no más de 1, 49m de altura, interrumpió voluntariamente aquel trance en el que se encontraba sumergida. No estaba triste, ni melancólica, sino que ¡las olas son tan ruidosas!, se decía a ella misma. Hablar sola se termina convirtiendo en un hábito. Siempre compitiendo entre ellas porque, claro, es entendible que todas quieran ser las primeras en llegar hasta esa parte del océano que te abraza. 
Calma.
Pero al mismo tiempo, era como si el agua le susurrara una pregunta. 
¿Cada uno de tus movimientos fueron correctos? —escuchaba Rosa a lo lejos. Así que se levantó, abandonando su asiento de madera, y digamos que una rara intuición arrastró sus pies hacia el espejo que estaba en el baño. Y se miró, muy de cerca, como quien no reconoce su propio rostro repleto de papas. Pero algo andaba mal, detrás de ella había un rostro que pudo reconocer al instante. Tenía ojos malos. Era su mamá, fallecida hace más de 30 años. Mal presagio. 

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