Victoria
Witemburg - Taller de guión
cinematográfico
Un joven Manuel
Belgrano es asediado por una fiebre que lo deja postrado en una cama. Es
atendido por una joven enfermera que trata de bajar y aliviar su fiebre
poniéndole unos trapos húmedos sobre su frente. El joven Manuel Belgrano es
agobiado por pensamientos que no puede sacar de su cabeza y que en su estado se
potencian aún más. El coronel balbucea unas frases que parecieran no tener
sentido, habla de un pequeño sonido de un tamborcito que dejo de sonar, que se
paró, de la risa de un niño que ya no ríe. La enfermera no deja de pasar los
trapos húmedos sobre su cabeza. Pedro Ríos, un niño de doce años está tirado en
el piso, su cuerpito tendido boca arriba con sus brazos estirados a los
costados del mismo. Sus ojos están abiertos, no se logra saber si esos ojos ven
el resplandor que producen las bombas en el cielo o si ha muerto. Corre el año
1978 en Yaguareté Cora, el lugar es una pequeña Capilla de pueblo. El lugar
está completamente desierto salvo por la presencia de un joven hombre vestido
con ropa militar. Apoyado sobre sus rodillas rezando vehementemente ante la
imagen de San Francisco de Asís. En la puerta de entrada un hombre observa
atentamente al joven coronel. Un grupo de soldados están desparramados en la
plaza del pueblo descansando, entre ellos se encuentra Manuel Belgrano y
Celestino Vidal. Unas mujeres se acercan a los soldados con canastas repletas
de comida. Por la misma plaza pasa caminando el niño Pedro Ríos. Manuel
Belgrano escucha el canto de unos niños y camina hacia la escuela que es de
donde provienen las voces del coro infantil y al llegar al lugar los niños
perfectamente alineados siguen el lineamiento de su maestro que no es otro que
Antonio Ríos el padre del pequeño Pedro Ríos y el mismo que observaba
respetuosamente a Manuel Belgrano en la capilla rezando. Cuando terminan de
cantar Antonio Ríos toma del brazo a su hijo Pedro y acercándose a Manuel
Belgrano le da su consentimiento, rogándole que acepte a su hijo porque él es
ya un hombre de avanzada edad y su hijo es la única ofrenda que puede hacer a
la patria a lo que Belgrano atónito sin responderle se retira del lugar. La
salud del coronel Celestino Vidal empeora. Su diabetes compromete seriamente su
visión y su médico le advierte a Belgrano que no es conveniente que participe
en las próximas batallas. Celestino Vidal le confiesa que el padre de aquel
niño fue a verlo. Y entusiasmado por como toca el tambor el niño le pide a
Belgrano que piense en la posibilidad de que Pedro anime a la tropa con el
tambor y le sirva de lazarillo por el tema de su visión. Cuando todos los
soldados alineados esperan la orden de su superior aparece Pedro Ríos por entre
las filas de los uniformados con un radiante uniforme militar que el propio
Belgrano le entrego y la aceptación finalmente de este último para incorporarlo
en las filas. Ya en el campo de batalla Celestino Vidal retrocede con todo su
destacamento. Ya al encuentro de Vidal con todos los soldados diseminados al
mando de Belgrano con cientos de soldados a pie y a caballo avanzan hacia las
filas enemigas paraguayas. Pedro Ríos avanza impasible y comienza a redoblar
con los palillos el parche de su tambor acompañado de cientos de soldados que
pasan a su alrededor a pie y otros a todo galope impulsados bajo las ordenes de
Belgrano y como una tromba siempre hacia adelante. Celestino Vidal camina unos
pasos más atrás que el niño, escuchando siempre el sonido de su tambor. Las
bombas resuenan por todos lados y el polvo levantado dificulta la visión, pero
Celestino es guiado siempre por el sonido del tambor que el pequeño niño toca
con todas sus fuerzas. Los hombres siguen cayendo a su alrededor productos le
la balacera. Dos disparos suenan, viéndose la sangre en el pecho del niño que
es alcanzado finalmente por las balas. Celestino Vidal levanta la vista y ve al
niño caer muerto sobre el piso y corre a su lado levantándolo y llorando
desconsoladamente. En la plaza Máximo Paz una maestra con su uniforme blanco
parada frente a la estatua de El tambor de Tacuarí lee una carta escrita del
puño y letra de Celestino Vidal. Murió de dos disparos dice la carta…estoy
seguro de que la muerte de aquel niño héroe fue mi salvación, porque al
detenerme, no caí como cayeron todos los del ala donde estábamos nosotros
concluye la carta. Los alumnos distraídos con sus celulares no oyeron las
conmovedoras palabras que aquel Celestino Vidal conmovido hasta las lágrimas
nos deja entrever que en aquella jornada hasta los ciegos y los niños fueron
héroes.