María Fernanda Lara. Nació en la Ciudad de México, en
1989. Vivió gran parte de su adolescencia en Chihuahua, al norte de México. Se
graduó de la Licenciatura en Filosofía. Fue publicada en antologías nacionales
de escritores jóvenes en Chihuahua y Xalapa, Veracruz. Ha participado con
piezas que son textos y textos que son piezas en exposiciones colectivas. En
Chihuahua impartió talleres sobre libros de artista, escritura visual y los
cruces entre literatura y arte en diversos espacios culturales e instituciones.
Actualmente radica en Buenos Aires y cursa la Maestría en Escritura Creativa de
la UNTREF.
Barco del hombre.
Entre
la mirada y el mar existe un trance ineludible,
la contemplación más pura. Nos
conformamos con esa extensión porque estamos en la orilla. A salvo.
.
Mi
abuelo lloró con todos mis principios. Me
enseñó el misterio del mar en una lágrima. El poder de la alquimia cuando yo no sabía
contar ni siquiera hasta el siete.
Su
muerte no tuvo garganta. Ése músculo mi abuelo ya no lo tenía. Estaba la sed. La
sed me era todo porque su boca se movía otra vez. Hidratábamos sus labios con un
algodón mojado en agua dulce. Los abría y cerraba. Ese umbral.
Agua
y azúcar tambaleaban la física de su muerte.
.
Entre
la mirada y la muerte existe un trance ineludible. Dormí en una silla
reclinable apretando su dedo índice. Hacía de las sábanas revueltas de su lecho
un mar. Tu nieta se había convertido en una góndola.
.
La
muerte de mi abuelo fue la señal que precedió al fin del mundo: lloró. Todas
las cosas respingaron. Esa lágrima definió su orilla. Mi abuelo volvió a llorar
algún principio mío que desconozco.
.
Ha
habido más astronautas que exploradores de la muerte. En mi escafandra
aprisioné la conformidad de que en ese momento,
mi abuelo estaba más a salvo que yo. Los principios no tienen orilla.
Tu nieta es una góndola insalvable.
Entre
cerrar los ojos y morir existe un hilo invisible: línea y horizonte del recuerdo. Insondablemente y en
ambos sucesos, la vida cierra
los ojos: va hacia adentro.
Hay que entrar. Tener coraje. Sobre todo si la
vida se va sola.
.
La
espalda es una línea firme, parecida a una costa. Es territorio sagrado: el lecho
que nos sostiene al nacer cuando nuestras piernas aún no se soportan, y el que
nos detiene al morir. Coraza blanda y enorme punto ciego. Orilla.
Siempre
te abrazaba por la espalda. Con los ojos cerrados. Nunca corría el riesgo de
que al voltear, fueras alguien más.
La
línea de tu espalda insondable horizonte.
.
La debilidad de los músculos respiratorios
provocó la baja de oxígeno hacia su cerebro. Mi abuelo cayó inconsciente. Cerró
los ojos porque era un errante de su propia respiración. Su consciencia se desintegraba
en pequeñas bolsas de suero y agua. Por dentro, él se sumergía y mi mano quiso
ser ancla. La gota en el catéter: reloj y arena. Playa donde mi abuelo era buzo
de la caída.
.
La mitad del oxígeno de mi abuelo venía del mar. En
términos médicos, le llamaban inconsciencia:
nadaba con los ojos cerrados.
.
Si la espera tuviera forma sería un ancla
fuera del agua. Todos los minerales de mi cuerpo eran suficientes para levantar
un faro. Hay que entrar. Tener coraje.
Soy un faro por si mi abuelo se pierde. Sobre
todo si se fue solo.
.
La escafandra permite
que se pueda penetrar con seguridad en un entorno hostil. Sobrevivir durante
una cantidad limitada de tiempo. Scaphandre. Barca. Hombre. Profundidad.
Mi
abuelo murió de espaldas, mostrando sus pulmones a la tierra. Ahora tu nieta navega
en una barca torácica.
.
El
horizonte del recuerdo es un hilo. Cerrar los ojos, un lenguaje transparente pero
oscuro. Se atraviesa para desaparecer. Se suspira, sin saberlo, para oxigenar los alvéolos errantes y
mantener la respiración. Los recuerdos son respiraciones errantes que transitan por
noventa mil kilómetros de arterias y venas.
Nos avientan a una orilla que va hacia adentro.
Hay que entrar.
Tener coraje.
Sobre todo si tu nieta ya está sola. Góndola
insalvable.
Accidente en Xola y
Uxmal.
La
luz es una trampa, pensé mientras mi cabeza, al fondo del refrigerador, buscaba
su insulina. Abrir la puerta del refrigerador en medio de la noche es un poder hipnótico. La inauguración de la luz en
la zona abisal que es nuestra casa. La luz. La trampa. La parálisis de que se
quede ciego mientras busco.
Esta
esquina de la habitación, es el único lugar que tengo para huir. Aquí aprendo a
callarme, a verdaderamente callarme. Uno calla. Encalla. Y qué otra cosa es la
necedad, vivir con alguien. Esa clase de
necedades que siempre creí, haría de más vieja. Tengo 23 años y no sé muy bien
qué es la diabetes.
Tengo
un lugar mío en la habitación y es una esquina. Desde mi esquina veo cómo
empieza el mundo, o se le ve acabarse. La esquina. Un punto. El punto del
recuento de mis ratos muertos.
Desde
aquí, confío, que despierta. Y el sueño y la edad se me están quedando también
aquí.
Despierta.
Se levanta sin atisbo de azúcar. Con mucha sed. Sin atisbo de beso. A las nueve empezaré a oler su rutina:
preparará huevos, los dejará semi-crudos. A las 9:30 deberé levantarme, colocar
un yogur, una barra de avena en su bolso, y cambiar la aguja de sus jeringas.
A
las nueve tendré que despertar con otra noche suya atravesándome.
.
Un día de estos,
alguien va a estrellarse en esa esquina; fíjate bien antes de cruzar, por favor.
Esos consejos de madre. Empieza a notar que extraño mi casa.
Alquilamos
la parte alta del edificio para poder verlo todo desde arriba. Vemos todo, pero
nos vemos poco el uno al otro. Llevamos semanas esperando ver un accidente en
esa esquina para que él, finalmente, pueda consagrarla como “la esquina de la
muerte”. Esa esquina es un punto ciego gracias a que enfrente está la construcción
de una estación de autobuses. En la esquina hay una óptica.
Tendí
siete remeras, cuatro jeans, nueve hipotéticos pares de medias y sus teorías. Si
las palabras me vieran, dirían que yo soy el accidente.
Paso
los días enteros así: sin hablar. Encallada. Callada en escenas que hablan de
lo que no soy. Veinticuatro horas tentada a pegar la lengua en su escultura de
azúcar, su “Sugarman”, una versión de su diabetes según el arte contemporáneo. Según
él.
Me
importa poco la esquina como muerte. Me importa como un punto. El punto de mis
ratos muertos. Mis 23 años encallan ahí.
Lo efímero encalla ahí. Mis vecinos encallan ahí. El dueño de la óptica. Mi
miopía que en este punto es estrabismo. La luz es una trampa. Atestiguo la
distancia que no deja de abrirse entre uno y la calle, entre uno y las
consecuencias del simple desajuste del tiempo. El tiempo se tienta con lo
ciego: así empieza el mundo, o se le ve acabarse.
Mi enfermedad es
la circunstancia que, todavía, no veo.
.
En
el cruce de esa esquina, cuando
pretendes ponerte a tono con los otros caminantes, algo se endereza o tuerce
ahí dentro. Puntos. Variables. Una minucia en la espera de cruzar. Se duda. Por
una fracción el corazón bombea vértigo. Hipoglucemia. Olvidamos su insulina.
Alquilamos este piso para poder verlo todo desde
arriba. Miramos absortos el vehículo hundirse en la óptica. La colisión fue provocada por falta de visibilidad en la zona. Pérdida
total de los vehículos y daños considerables a una óptica. Antes de que suceda un accidente automovilístico, el
conductor experimenta una sensación patidifusa. Los faros atraen y por un
segundo la mente queda a merced de una ínfima partícula de luz. La luz es una
trampa. Nos vimos mucho el uno al otro.
Así
es como acaba el mundo.
Así
es como acaba el mundo.
Así
es como acaba el mundo.
No
con un estallido
sino
con un quejido.
No con lo mayúsculo sino con lo minúsculo. No
con una explosión sino con un detalle. Jeringas. Hipoglucemia. Olvidamos la
insulina.
Cuando el diabético experimenta hipoglucemia
manifiesta lenguaje confuso y desorientación. Un quejido. Casi llegan a un coma.
Al borde. Se sienten caer. Las líneas estallan. Ven una luz. La luz es una
trampa. El tiempo se tienta con lo
ciego. Uno calla. Encalla. Para escuchar. Su
quejido nos hizo regresar. Y qué otra cosa es la necedad. Vivir con él. Su
enfermedad es la circunstancia que nos ha salvado de morir juntos. Cuando un
suceso es inexplicable se hace un hueco en alguna parte. Así que estamos llenos
de agujeros. Agujeros dentro de agujeros. Puntos. Finales.