07/08/2015

Hoy te visten con grifin

Por Nancy Alvarado


Deslumbrabas con tu belleza.
Dichosa, orgullosa de tus almas
que unidos y armoniosos eran
sin duda, todas como hermanas.

Incitabas a capullos de amor.
Niños esgrimiendo corrían
y ellas jugaban a ser princesas.
Los padres sin prisa, sin cuidado.

Hoy, una calle menguante
angosta, muda y desolada
ánimas desnudas deambulan
buscando calor entre tus paredes
frías, escamosas y agrietadas.

Los versos bellos viraron;
inertes pétalos con espinas
seducen a la pluma de tus poetas.


Calle relevante, y mortecina. 

Aquel hombre de barba gris

Por Florencia Cagnete


En el barrio lo llaman Osvaldo, Rogelio, no sé. Es el vecino de todos los tiempos.
Saluda a Lorena la de la repostería, Horacio el del almacén, a Juan el verdulero, a Cari la panadera y hasta al grupete perruno que se junta en la esquina, entre ellos toto. Faa cuantos son! Una de ladridos se mandan cuando se juntan todos. Por las noches se reúnen, cuenta Rogelio, andan un poco, rompen alguna que otra bolsa de basura, se disputan alguna perra vecina, y al rato de cuidar un poco el barrio, los que tienen su cucha vuelven a su casa y los que no acampan por ahí.
Osvaldo sale a la mañana temprano y arranca su caminata matutina. Lleva un andar trastabillado, anda a paso lento, y con su espalda encorvada por los años que trae encima “de a poco con el tiempo me fui achicando más” dijo un día con su voz de gallego, media ronca por el pucho.
Siempre su pullover azul y jogging gris. Cuando frío nunca falla verlo pasar con su gorro negro de lana y su campera corderoy verde.
Cara seria, y calvo como pelada recién rasurada. Sus ojos habitan entre arrugas y esas bolsas que se agarran  bien a los gestos de la cara, una mirada cálida que brilla de emociones.
Un día de esos en los que recorría la 495 de punta a punta, paseando el barrio sin parar, se frenó en la esquina y dijo: - “ Si! Tanta inseguridad enferma, pero la de adentro desintegra. Tanto circo armado nos consume pero si dejamos que nos ciegue. Tanta estructura fría duele, pero si le concedemos una sonrisa y no soltamos la mano a la risa le hacemos frente. Tanta mentira intenta agotarnos los recursos, pero si miramos al costado y comprendemos que todos somos distintos, juntos sumamos con las diferencias.
El miedo paraliza, desinforma, nos mueve todo adentro y golpea unas fichas afuera. Se reproduce en imágenes, en sensaciones. De pronto salimos y está ahí  mirándonos fijo a los ojos. Si bajamos la mirada nos consume, todo alrededor comienza a desintegrarse. Si intentamos mirarlo directo a los ojos por segundos que fuesen, nos paramos frente a frente, lo observamos en todos sus rincones, solo nos queda vernos, elegirnos. Cuantas veces sea, renacer. “
El tiempo como que se detuvo. El aire que flotaba fresco, mantuvo a unos cuantos bajo el calorcito del sol que brillaba en pleno invierno, escuchando a Rogelio.

Él miró a su alrededor, lo miró a toto que husmeaba entre sus bolsas de las compras. Las tomó y siguió su caminata como si nada bajo el sol. Su figura comenzó a perderse entre la arboleda. Una bonita arboleda de unos árboles inmensos que se juntan, se mezclan y entrelazan con sus ramas de un lado a otro y forman como si fuera un túnel a los lejos.

Una mañana...

Por Florencia Cagnete y Pablo Siscar  


Una mañana, bah madrugada, de esas en las que la humedad flota por la ciudad, el aire denso. Yo estaba sumergida en mi novela, con unos cuantos días sin dormir ya; lidiando con un párrafo que iba y venía, tachaba y volvía.
  ¡Qué ganas tenía de comer un asado con sus amigos! Pero todavía faltaba mucho para el domingo.
  Hernán terminaba apurado el partido de tenis como todos los martes, calculando el tiempo exacto que tenía para pasar a buscar a Benito por la escuela. Benito y sus interrogantes,  ideas disparatadas, fantasías, sueños de niños, ¿y por que no de grandes? que le curioseaban  de la vida misma.
  En un descuido salió de esa monótona rutina y se encontró imaginando nuevas experiencias.
  ¿Qué pasaría si pateara el tablero con todas sus fuerzas y solo se quedara con aquello que quisiera? Nada de luchar por aquello que no lo hace feliz, ni dejarse llevar por la marea sin saber a dónde va. Un minuto de reflexión podía cambiarlo todo. Una decisión podía cambiarlo todo.
  Tomó su raqueta y su ropa, la puso en su bolso y salió.
Y entonces levanté mi cabeza y lo vi, su sonrisa y  esa simpleza me desconcertaron. Quedé inhibida por el momento que pronto se disolvió en el aire. Surgió esa especie de encantamiento, de atracción que se apodero de mis sensaciones. Como un vuelco inesperado aparecí en el túnel de lo deseado, esa conexión extraña que mueve los cuerpos y los quema fundiéndolos.
  Iba vestido de chomba y pulóver, de jean y zapatos marrones. Su pelo más bien largo revoloteaba por su cara a causa del fuerte viento, su mirada inescrutable y decidida personificaba la seguridad, la experiencia. Era un hombre decidido, dispuesto a enfrentarlo todo, para adelante sin parar cuando se proponía algo, esa era la impresión que causaba, iba en busca se lo proponía y ahí estaba de pie impecable logrando sus inmensos proyectos. Así fue, inevitablemente, casi como sin darse cuenta que su vida había tomado el rumbo de la cotidianeidad, de andar los días las horas como sin andar, y eso era algo q hacia días le rondaba sin parar.
  No sé cómo ni por qué el encantamiento. No me pregunte por el mañana, me diluí en la esperanza, queriendo. Sintiendo ese encuentro en el que las almas se desnudan aprendiendo del otro cuanta cosa surja, entregando en cada instante un pedacito de sí.
  Pasó a buscar a Benito, puntual como siempre. Esa vida agobia pensó.” Agobia sin dudas. “No es ahí donde debería estar. No es a su casa donde debería volver. No es a su esposa a quien quiere ver. Siente que hay algo más.
  No sabe, ¡pero sospecha! Un abrazo podría abrirle los ojos, dejarlo ver aquello que lo inquieta. ¿Pero cuál es el punto para confluir? Abrazándose en el tiempo, escurriéndose entre caricias y algunos sueños.
  En los sueños podría encontrar Hernán lo que buscaba, encontrarse. Hernán Fortovalle. Fuerte como su nombre.
  Se encontró buscando ¿qué?, miró todo a su alrededor hasta que al fin lo entendió.  Ahí estaba yo. Observándolo, adorándolo, creándolo, ¿creándolo? ¿Qué tiene más fuerza creadora, la punta de mi lapicera o su pasión que me inspira? Que me inspira y me crea.
  “Sola con ese párrafo q me llevaba ya días. Sola pero no tan sola, después de todo ahí estaba él: dirigiendo mi trazo, escribiendo su historia”.
  Hernán abrazó la decisión y se sacó la mochila llena de sus responsabilidades y cuentas bancarias. Por fin sabía lo que quería, siempre quiso escribir, siempre quiso embriagarse con su personaje, besarla, desearla, hacerla existir.
  “Ahora me despierta siempre con sus historias de esos navíos en los que me sumergía sin darme cuenta en mi sillón entre papeles y tintas.”
  Con su pasión y creatividad, en su máxima expresión, contenida durante tanto tiempo, se fueron proyectando rasgos de una belleza simple, encantadora. Una fusión que les permitió soltar lo que cada uno era.
Así impulsó, esa facilidad increíble, por irrumpir justo en el momento en que la mente está habitada pura y exclusivamente por miles de pensamientos e ideas que giran a una velocidad inexplicable, que hace abrir los ojos en ese momento, como lo hizo.

  “Luego el ambiente comenzaba a aclarar, las imágenes se iban desprendiendo y cayendo las palabras, fluían mezclándose. Un segundo despertar, mismo lugar. Otros ojos abriéndose al infinito mundo de amar la existencia”.

La personalidad de las letras

Por Elisa Garassino


Desorden caótico en el pizarrón.
Las letras desparramadas, borroneadas en tizas blancas y de colores.
 Pero llegó una chica al salón: Morena, que con mucha autoridad decidió el cambio.
Las letras confundidas se alborotaron y reaccionaron de maneras diferentes.
Con asombro la A lanzó un ¡ A aaaa…! y eso le valió ser la primera.
¡ Qué, que, que pasa?- Dijo la Q, con tantas dudas y preguntas que fue a parar al medio para que se sintiera acompañada.
Pero, pe….pe… pero…-dijo miedosa y medio tartamudeando la P, que por eso fue colocada por el medio donde se sintiera contenida.
Oh, O, O ¡ que pasa!- dijo la O, autoritaria queriendo poner orden ella misma.
-¡Te vas bastante atrás! Acá mando yo,- dijo la niña.
Uh, U Uh…..-dijo la U, quejosa y pesimista, y por eso se ganó ubicación casi al final del trencito de letras.
Cuando Morena llamó a la B la B no respondía; es que la pobre está cansada que la confundan con su hermanita menor la V y tiene problemas de identidad.
E, E, Eeeeeee, nunca empezaba la E a hablar, muy indecisa, así que More le encontró lugar bastante adelante así empezaba a cambiar.
 ¡La… la.. la libertad! - cantaba la L, libre y leal, como siempre,  se llevó con ella a la Ll que la llamaba.
Coraje letras….Caramba, Calma, -gritó la C, que por su liderazgo ganó las primeras ubicaciones.
Ja, ja , je , jiiii, ju….!  -Se escuchó.  Era la J, que es de las que ríe cuando está nerviosa, y para que no moleste la puso cerca de la H, que se había quedado muda y de la I que también reía iiiiiiiiiii vaya a saber porque, vecina a la K, que siempre está aburrida porque se usa solo para poner kiosco y karaoke.
De pronto se escuchó llorar, ñeñeñe, era la Ñ, ñañosa y llorona , triste por no figurar ni en teclados ni celus.
No, No,  No, no lo puedo permitir, - gritó la N que si bien es negadora y negativa  se apiadó de su hermanita ñ y ambas se organizaron juntas; y tuvieron suerte porque se encontraron con la M que estaba haciendo yoga muy tranquila mmmmmm y se quedaron con ella.
Shi, silencio, y tranquilidad y se fue  la S solita para atrás para ayudar…
Ta, ta, ta,tatatá….-cantaba la T, fiestera, cuando la S la tomó de la mano para que se tranquilizara un poquito.

Relax, relax, pedía la R con rabia contenida.
Vamos, vamos, decía la V, que empujaba desde el fondo como arriando ganado.
La W, X, Y que  siempre andan juntas se pusieron al final para no sentirse excluidas.
¡Es una farsa! -Gritó la  F, no soy falluta, ni fea ni flatulenta, decía en estado de histeria, soy fascinante, fabulosa y fantástica, seguía hablando la F casi a los gritos desde el medio del pizarrón. Menos mal que por  allí andaban la D, diosa como siempre  y la G,, grandiosa, las dos muy bonachonas, que rodearon a la flaquita F ¡ que al fin se sintió Feliz!

Cuando ya parecía todo listo despertó la Z y corrió remolona hasta llegar al final del trencito de las letras que quedó asi:í


Abcdefghijklllmnñopqrstuvwxyz


¡Todas Unidas!
¡Asi me gusta!- Dijo Morena.


Después se dio cuenta que era aburrido ver quieto a un abecedario, y, como las letras eran ahora todas amigas y conocidas de la nena empezó a jugar con ellas formando palabras. 

La abuela

Por Elisa Garassino y Agustín Barragán  


     Iba la mujer por la calle, con su cuerpo bastante alto y delgado y con la figura sin armonía que dan el hambre y los años.
      Llevaba una pollera muy amplia y con el dobladillo descosido. Tan veloz caminaba la señora que su falda bailaba y saltaba.
      El rostro de Ella miraba solo al frente, con ojos exorbitados y blanca y arrugada tez al viento. De vez en cuando retiraba un mechón de pelo entrecano de su frente.
     Tan ansiosa se la veía que hasta marchaba en ángulo inclinado hacia adelante y de modo rígido, como soldadito a cuerda, y así su cabeza y su mente aturdida llegarían primero a ver que pasa.
   Ya en el hospital público su hija acababa de dar a luz.
   El bebé, su nieto, que había nacido sano y lloró en su primer instante de vida, había muerto.
   Los médicos sorprendidos no tenían explicaciones, ellas no tenían consuelo.
Ocurrió que sin que nadie lo notara algo había entrado en la habitación, a tal velocidad que fue imperceptible para el ojo humano. Esto fue lo que había generado la muerte del recién nacido, una criatura con sed de venganza desde hacía siglos, que puso sus sucias y asquerosas manos sobre la cabeza del bebé, causándole la muerte.
 Finalmente madre y abuela  quedaron despojadas de lo único que tenían y les importaba. Sin entender porque a ellas; pensando que Dios las había castigado y sin poder culpar y maldecir al verdadero asesino.
   Luego los días transcurrieron lentos  y agónicos en la casilla que la joven madre y la abuela compartían. El pequeño recinto acumulaba angustias, carencia y soledades.
  Las dos mujeres se enfrentaban entre sí, lanzándose reproches y culpas como dardos.
  La Criatura perversa, otra vez, captó la debilidad y el descontento: ingredientes que lo alimentaban y fortalecían en su maldad.
   Allí estaban los tres: la Joven, acurrucada en una silla; su madre, de pie, de espaldas a su hija, pelando solo dos papas que le servirían de alimento a ambas y… Él, que ocupaba el ambiente en forma omnipresente, con energía contaminante, invadiendo todo el aire y todo el espacio.
   Pero algo pasó, justo cuando la maldad estaba a punto de eliminar a sus víctimas provocando un estallido de gas con su aura impura.
   La mayor de las mujeres giró con el cuchillo aún en la mano, con rabia contenida, para gritarle a la joven quien sabe que cosas.
      Sin embargo, cuando vio  los ojos de su muchacha destelló ese  amor trascendente e inmenso.
     De repente, las miradas de la madre y de la hija se encontraron, y lo que explotó fue el tremendo vínculo  que las unía. Algo inconmensurable que debilitó al Ser  y lo atravesó como un laser. Como una espada perforó al Malvado, que  comenzó a achicarse y desinflarse cual globo pinchado girando hasta  desaparecer.

Touche  Maligno, sin saberlo la Abuela cobró revancha.

Flores marchitas

Por Marisa Carbonetti


El frío se colaba
en los brazos de la madre
que acunaba a su hijo
recién nacido
producto de un arrebato,
en una noche cualquiera
cuando en busca de sus sueños
estrangulados por la miseria
perdió en su barrio la inocencia.

Carne de yugo había nacido
las esquinas lo acunaron
su escuela fueron las veredas
de los bares más concurridos
bellas flores bien envueltas
sus principales materias
que rendía cada día
con aprendida insistencia
ante la mirada indiferente
de parroquianos y turistas
que le ofrecían moneditas
que tal vez nunca serían
para él.

Su destino estaba marcado
por leyes y herencia
y con altura lo aceptó
hasta abrazar la adolescencia


cuando entendió los artilugios
de los gobiernos y su indecencia
y permaneció esperando
de ellos una respuesta,

pero la vida se le gastó
entre aromas confundidos
de sustancias mal olientes
cafés y flores marchitas
aguardando que los dueños de turno
le devuelvan con utópicas políticas
el bienestar que perdió
cuando apenas nacido
el frío se coló
entre los brazos de su madre
para indicarle que la injusticia
instalada estaba en su sangre.

Nueva

Por Patricia Lombardo


En una hoja
palabras

sin permiso
recuerdan

mi desgastada
estructura

Te presentás
Nueva
ansiedad de no saber

Calma

me permito asumirte
disfruto

diferente única

poesía

Tiempo

Por Patricia Lombardo


Somos la identidad del tiempo,
es todos y ninguno.

Queremos lo que falta
por eso su eternidad,
y la humana finitud.

El tiempo debería dejar de pasar,
y  a nosotros permitirnos lo infinito.

La contradicción es
la mezcla perfecta

que lo completa y nos completa.

Memoria

Por Patricia Lombardo
Por momentos
exacta,
otros imprecisa
o es solo
lo que mostrás.

A veces,
no te elijo
no das permiso
al olvido
obligás a ver.

Elegís
el modo
para acordar
con mi inconsciente:

soy vos.

Franciso Pizarro danza...

Por Manuel Keri


Franciso Pizarro danza
y ríe con frenesí
entre los restos humeantes
del pueblo Inca

sus soldados alimentan
con sangre india el triunfo
del civilizado occidente

el imperio saquea libertades
funda mundos nuevos
entre las ruinas escombros
humanos sobre el Cuzco

en su tumba Atahualpa
se agita y gime rabioso
espera su tiempo
como América

Lo escencial hecho visible a los ojos

Por Paula Von Wernich


El reloj es un invento que deslumbra, que atrae, que mata. Un reloj es un pedazo de la noche, del día, una porción de aire. Es algo que limita, que no te deja fluir, que te encadena. En ese pequeño círculo, en esa circunferencia, en esas agujas se esconden los segundos que pasan y que son consumidos de tu vida, los números que cuentan el tiempo, que te impiden alejarte de la realidad.
Completamente atado al tic tac, al “¿Qué hora es? ¿Cuánto falta?” de las personas, a su precio, a la constancia del paso del tiempo; nos mantiene alertas, ya que sabemos que cada segundo que pasa no vale oro, sino que vale vida (lo vale todo) y que tenemos que continuar intentando disfrutar cada minuto, mientras nuestra muñeca está siendo atada a un elemento que cuenta el tiempo que nos queda, mientras nuestra casa está siendo invadida por ellos. La gente espera que termine el día de estudio, de trabajo, que llegue la hora de poder jubilarse, que termine una simple hora de clases, mirando todo el tiempo su reloj,  cuando en realidad no saben que la vida es básicamente eso, y esperar a que termine ese lapso de tiempo hace que esta se pase volando y no podamos agarrarla entre las manos ni sentirla o gozarla por lo rápido que vuela, que pasa sin darnos cuenta, que mal gastamos, que no llegamos a vivir.
Es algo totalmente irónico: que un reloj sea vendido, sea codiciado por la sociedad cuando en realidad es como vender un arma, que no puede servir para otra cosa que limitar la vida de alguien. Te están vendiendo tu propia vida en único objeto que no hace más que recordarte que el tiempo pasa y que no hay vuelta atrás. Te están haciendo visible, lo que tendría que ser invisible: el tiempo.

Ahí estaba, había un milón...

Por Magdalena Ruiz

Ahí estaba, había un milón y eso era molesto. Encima de milarme, me miraba mal. ¿Qué pensaba hacerme? ¿Planeaba algo macabro o solo miraba por ser un maldito milón?
No apartó su mirada sobre mí en ningún momento, esos oscuros ojos me miraban sin más. Un mirón debe ser discreto, ¿o me equivoco?
No quería que siga milándome, estaba ya algo paranoica por el zapallerío que me rodeaba como para que lo haga.
―¿Querés algo? ―pregunté, cuando tuve el valor suficiente.
No dijo nada, solo sonrió. Pero no era una sonrisa amigable o sincera: era una de esas falsas o de algún loco con cuchillo en mano.
Miré alrededor y el zapallerío que la gente provocaba se ponía peor. Había algunos gritando, buscando a familiares o amigos, hablando unos con otros.
Odié estar ahí, ese tipo de lío me daba pánico; mi respiración fallaba y el deseo de salir lo más rápido posible, para huir y no ver a ningún ser humano por horas, era muy grande.
Pero lo había prometido. No podía irme, tenía que estar ahí hasta que todos se fueran del lugar.
El pánico aumentaba, al igual que el tiempo el cual el milón me milaba.
Decidida a evitar a quien sea, empecé a buscar un lugar donde esconderme. Vi un baño. Cuando di los primeros pasos hacia allá, algo o alguien me agarró del brazo, deteniéndome. No quise ver qué o quién fue, sino que me limité a tirar, esperando soltarme por la fuerza o que aquél o aquella cosa me suelte.
Por más que tirase no lograba soltarme, su agarre era fuerte. Miré quien era, era el milón quien aún mantenía esa maniática sonrisa.
―¿Qué querés? ―pregunté por segunda vez.
―Es tu culpa que tu mamá esté loca, vos la ponés loca.
―¿Qué? ―dije aterrada.
―Cuando vos estás la ponés loca, porque cuando yo estoy, loca no está. La ponés loca porque no hacés nada, dormís todo el día, no estudiás, ni ayudás, y ni hablemos de hacer lo que te pide.
―¿Qué? ―pregunté por segunda vez, a pesar de saber lo que era. Era mi pasado.
―Ella no te quiere, nunca te quiso. Solo jugó con vos por lástima, ¿de verdad pensaste que te iba hacer feliz?
Quería desviar mi vista de sus ojos, los que hablaban más que su boca, pero no podía.
―A la noche no duermas. Nunca dejes de pensar en lo que te pasa y exagerá todo lo que te pasa ―sus manos comenzaron a subir por mis brazos, acercándome más a él―. ¿Pensaste que ibas a estar sana toda tu vida? Es mentira, dejá que la ansiedad y tus pulmones hagan su trabajo.
Por más fuerza que hiciere, no lograba soltarme. En ese momento, todo era un desastre dentro de mí. Cuando al fin logré desviar la vista de aquellos ojos, miré el cielo. Todo estaba gris, las nubes amontonadas, como si estuviera punto de llover. En cualquier momento aquello me hubiera tranquilizado, pero no lo fue aquella vez.
Su voz, la del milón, seguía atormentándome. Una lágrima cayó cuando le escuché decir "No te quiero como te quise ayer". Era su voz, idéntica a la de aquella persona que había dicho esas palabras. Volví a mirarle. Eso había sido lo peor que pude haber hecho.
―Seguí llorando, pero ponete a pensar que eso no va hacer nada, porque nada sirve. ¿De verdad creíste que iban a estar ahí? ¿Es sólo una etapa o un tiempo, como ellos decían? Aunque sabés que todo lo que pensás es una exageración, seguí haciéndolo, dejá que el tiempo haga lo que debe ―sus manos subieron a mi cuello―, dejá que lo haga.
Me empujó contra la pared y comenzó a apretar, ahorcándome. Quería resistirme, pero no podía.
Los pequeños problemas del pasado, literalmente, me estaban ahorcando. Todo lo que salía de su boca se repetía una y otra vez, variando lo que decía e intentando hacerme escuchar, para que me derrumbara.
―No hay nadie ―fue lo último que dijo antes de que todo desapareciera.

Me levanté bruscamente de la cama, falta de aire y con lágrimas cayendo.
Quien dormía a mi lado, se despertó. Al verme en ese estado, se acomodó al lado mío y me tomó de la cara, preguntando sin parar lo que me pasaba. Inspeccionaba la habitación en la que estábamos, buscando señal de algo.

Solo fue una pesadilla, respondí finalmente. Sin decir nada, se dedicó a abrazarme, dándome a entender que sí había alguien. 

El trago amargo

Por Facundo Irazoqui


La última mano definió el partido, ganamos. Apenas lo había visto dos o tres veces, una casualidad nos juntó como compañeros de truco  en el club que frecuento. ¿No viene a festejar? En mi trabajo tengo unas botellas guardadas. Su sonrisa inspiraba más miedo que simpatía; sin embargo acepté, cómo no, con mucho gusto. No salgo nunca  de casa, excepto los viernes de truco en el club, nunca bebo y me vuelvo siempre temprano, por el frío. Para qué mentir: no tengo amigos.  
Pero ahora ya estamos en camino, y no sé por qué, no me puedo echar atrás. ¿Queda muy lejos su trabajo?
-Trabajo en el matadero.
O sea que vamos a las afueras de la ciudad. Fui contadas veces allí, no me gusta el lugar. Y la vez que fui, mejor no acordarse. Almada no habla una palabra, va fumando un cigarro y parece no darse cuenta del frío ni de mi presencia. Tiemblo. Mejor no acordarse, ni tener nadie que le recuerde a uno. Las calles se van haciendo más oscuras, una luz parpadea en una esquina, un perro nos mira alerta desde el centro de una calle.
Aquella vez también había un perro. Le dimos que oliera una prenda y salió como una flecha ladrando y mostrando los dientes.
¿Vamos a cruzar por el bosque? Es medio tarde, ¿no le parece? Obtengo una sonrisa por toda respuesta. Veo la masa de arboles, mas negros que la noche. El silencio. Entramos al bosque y nuestros pasos retumban. Una fiera da un rugido en el zoológico; me estremezco. Mostrando los dientes y ladrando, teníamos que sujetar al perro, andábamos buscando a ese que siempre se escapaba. Mejor no acordarse. Los sucios suburbios. El bosque. Silencio. Vamos a oscuras, se ve una lucecita a lo lejos, donde la calle dobla.
¿Trabaja hace mucho allí? Pregunto con tal de hablar un poco, de quebrar esta quietud.
-Sí.
Me quedo callado. Pasamos la luz, que nos ilumina unos pasos y de nuevo se pone oscuro. Un caburé lanza su canto bajito, no sé donde está pero me está mirando. Me corre un escalofrío, me jode ser supersticioso a veces.
Cruzamos la avenida, el asfalto destrozado. Mejor no acordarse, ¡para qué!, pero uno se acuerda igual: el perro nos iba guiando por las callecitas, estaba hecho una furia, algún cabecita nos miraba con recelo. Era mucha plata por el trabajo. O con eso me trataba de convencer, porque al final, para qué negarlo, no era un trabajo lindo. Y por el Tata me pagaron más.
Llegamos. Los dos pisos del matadero se imponen en la negrura. Alrededor las casuchas se apilan para escaparse del frío.
Me pagaron más porque lo habían querido agarrar en muchas ocasiones, y nadie sabía cómo pero siempre se escapaba. Andaba en cosas raras decían, yo de eso no sabia. A mí, un nombre, una cara. Y unos cuantos pesos por decirles una dirección. Y llevar el perro.
-No sé si me voy a quedar mucho, es tarde…
Almada me mira por primera vez. Serio. Como el Tata, si uno lo mira bien.
Entramos al edificio. Almada tira el cigarro y se toma un tiempo en apagarlo con el pie, aplastándolo contra el piso. Hay un pasillo con luz blanca, cientos de reses colgando, sangre coagulada en el piso.
Si uno lo mira bien…
Almada va hasta un armario y saca una botella de vino. Lo destapa, y se manda un profundo trago, la nuez sube y baja varias veces. Si uno lo mira bien, es serio como el Tata. La dirección era correcta  y el perro hizo lo suyo, infalible. No tembló, eso no era para él. Antes de agarrarlo mató a dos a cuchillo, y eso que éramos varios. Cuando le plantaron la cara contra el piso, recién ahí, me miró. Y no dijo nada.
Ahora es mi turno. Agarro la botella, le mando un trago largo. Mejor no acordarse de esas cosas. El vino parece picado, pero le doy un trago más. Una sierra empieza a sonar, luego otra, y otra más.
Le paso la botella, ya casi vacía.
-Ahí atrás, en el mueble. Saque otra.
Me doy vuelta, el vino hace su efecto, ya no se siente tanto el frío. Abro el armario indicado, tomo una botella, es un vino de otra marca. Al lado hay varios cuchillos, ropa de trabajo, unos cigarros y un cuaderno. Y en la pared del armario, pegada con chinches, hay una foto. Se ven dos hombres en un día de pesca, sonrientes. Uno es Almada. El otro es el Tata.
Me doy vuelta instantáneamente, pero no alcanza. La botella se cae y el suelo se tiñe de rojo.

Lo miro a Almada. Me mira, y no dice nada.