Por Magdalena Ruiz
Ahí estaba,
había un milón y eso era molesto. Encima de
milarme, me miraba mal. ¿Qué pensaba hacerme? ¿Planeaba algo macabro o solo
miraba por ser un maldito milón?
No apartó su mirada sobre mí en
ningún momento, esos oscuros ojos me miraban sin más. Un mirón debe ser
discreto, ¿o me equivoco?
No quería que siga milándome, estaba
ya algo paranoica por el zapallerío que me rodeaba como para que lo haga.
―¿Querés algo? ―pregunté, cuando tuve
el valor suficiente.
No dijo nada, solo sonrió. Pero no
era una sonrisa amigable o sincera: era una de esas falsas o de algún loco con
cuchillo en mano.
Miré alrededor y el zapallerío que la
gente provocaba se ponía peor. Había algunos gritando, buscando a familiares o
amigos, hablando unos con otros.
Odié estar ahí, ese tipo de lío me
daba pánico; mi respiración fallaba y el deseo de salir lo más rápido posible,
para huir y no ver a ningún ser humano por horas, era muy grande.
Pero lo había prometido. No podía
irme, tenía que estar ahí hasta que todos se fueran del lugar.
El pánico aumentaba, al igual que el
tiempo el cual el milón me milaba.
Decidida a evitar a quien sea, empecé
a buscar un lugar donde esconderme. Vi un baño. Cuando di los primeros pasos
hacia allá, algo o alguien me agarró del brazo, deteniéndome. No quise ver qué
o quién fue, sino que me limité a tirar, esperando soltarme por la fuerza o que
aquél o aquella cosa me suelte.
Por más que tirase no lograba
soltarme, su agarre era fuerte. Miré quien era, era el milón quien aún mantenía
esa maniática sonrisa.
―¿Qué querés? ―pregunté por segunda
vez.
―Es tu culpa que tu mamá esté loca,
vos la ponés loca.
―¿Qué? ―dije aterrada.
―Cuando vos estás la ponés loca,
porque cuando yo estoy, loca no está. La ponés loca porque no hacés nada,
dormís todo el día, no estudiás, ni ayudás, y ni hablemos de hacer lo que te
pide.
―¿Qué? ―pregunté por segunda vez, a
pesar de saber lo que era. Era mi pasado.
―Ella no te quiere, nunca te quiso.
Solo jugó con vos por lástima, ¿de verdad pensaste que te iba hacer feliz?
Quería desviar mi vista de sus ojos,
los que hablaban más que su boca, pero no podía.
―A la noche no duermas. Nunca dejes
de pensar en lo que te pasa y exagerá todo lo que te pasa ―sus manos comenzaron
a subir por mis brazos, acercándome más a él―. ¿Pensaste que ibas a estar sana
toda tu vida? Es mentira, dejá que la ansiedad y tus pulmones hagan su trabajo.
Por más fuerza que hiciere, no
lograba soltarme. En ese momento, todo era un desastre dentro de mí. Cuando al
fin logré desviar la vista de aquellos ojos, miré el cielo. Todo estaba gris,
las nubes amontonadas, como si estuviera punto de llover. En cualquier momento
aquello me hubiera tranquilizado, pero no lo fue aquella vez.
Su voz, la del milón, seguía
atormentándome. Una lágrima cayó cuando le escuché decir "No te quiero
como te quise ayer". Era su voz, idéntica a la de aquella persona que
había dicho esas palabras. Volví a mirarle. Eso había sido lo peor que pude
haber hecho.
―Seguí llorando, pero ponete a pensar
que eso no va hacer nada, porque nada sirve. ¿De verdad creíste que iban a
estar ahí? ¿Es sólo una etapa o un tiempo, como ellos decían? Aunque sabés que
todo lo que pensás es una exageración, seguí haciéndolo, dejá que el tiempo
haga lo que debe ―sus manos subieron a mi cuello―, dejá que lo haga.
Me empujó contra la pared y comenzó a
apretar, ahorcándome. Quería resistirme, pero no podía.
Los pequeños problemas del pasado,
literalmente, me estaban ahorcando. Todo lo que salía de su boca se repetía una
y otra vez, variando lo que decía e intentando hacerme escuchar, para que me
derrumbara.
―No hay nadie ―fue lo último que dijo
antes de que todo desapareciera.
Me levanté bruscamente de la cama,
falta de aire y con lágrimas cayendo.
Quien dormía a mi lado, se despertó.
Al verme en ese estado, se acomodó al lado mío y me tomó de la cara,
preguntando sin parar lo que me pasaba. Inspeccionaba la habitación en la que
estábamos, buscando señal de algo.
Solo fue una pesadilla, respondí
finalmente. Sin decir nada, se dedicó a abrazarme, dándome a entender que sí
había alguien.