(Trabajo del taller de Escritura para Jóvenes 2019. Género: cuento.)
Era la mañana de un martes. Como desde hace meses, Marta nos vino a despertar a las siete, pero para ese momento yo ya estaba sentada mirando la ventana. Sabía que hoy iba a empezar a tener sesiones con un nuevo psicólogo, no sentía nada al respecto.
Pasando las diez, me vinieron a buscar. Caminé hasta un salón que suponía, tendría unos cincuenta años. Con ventanas grandes y techos altos, lo cual no me representaba una dificultad ya que hablaba bastante alto. Me sorprendió no haber notado al anciano, 1,70 de alto, traje, corbata y el poco pelo que tenía era completamente gris.
–Hola, usted debe ser Alicia –dijo. Asentí con la cabeza. Me recosté en el sillón, ya sabía de qué se trataba.
–Contame Alicia, ¿cómo te sentís? –dijo en un tono desesperantemente tranquilo. Contesté lo siguiente:
–No es el primer psicólogo que conozco, asique le voy a ahorrar su discurso. Me llamo Alicia, tengo 19 años. A los 18 me internaron en esta cárcel, sólo por exageración de mis padres. Fiestas, noche, amigos, sexo y algunas sustancias. ¿Qué le ve de raro a eso en la juventud de hoy en día? ¡Pavadas! Me gustaba salir, me hacía olvidar, era mi parte favorita. Hasta que un día mis padres encontraron esa bendita bolsa, y ahora estoy acá.
–Pero usted remarca esto de "cárcel" como si estuviera presa. Y antes, ¿no estaba presa?
–¡No! ¡Claro que no! Antes era libre. Podía escapar de esta realidad, tal vez no de la mejor manera, pero era mi manera. Los riesgos se corren siempre, podés salir bien o te puede pasar como, como me pasó esa noche.
Fue la última, supongo. No recuerdo mucho de eso, sólo salí a beber. Una vez más, mis amigos habían conseguido nuevas drogas y después de la fuerte discusión que había tenido con mamá necesitaba escapar. Luego de ingerir la pastilla, empecé a ver todo borroso, se sentía bien pero me estaba empezando a sentir un tanto más alterada de lo normal. Decidí mejor ir al baño, y ese trayecto es lo último que recuerdo.
Desperté en una cama, de un departamento que parecía lujoso. Me dolía completamente todo el cuerpo y pensé: "Habrá sido una buena noche". Pero ese pensamiento salió de mi cabeza cuando fui al baño y me vi en el espejo. Estaba completamente llena de moretones y lastimaduras. Fue horrible, no sabía lo que había pasado.
Sólo pude tirarme en el piso y llorar. No se cuánto tiempo pasé así, todos mis recuerdos vinieron a mi mente. La inocencia, las acogedoras caricias de un lecho familiar, yacían en las lastimaduras de mi piel desnuda, que se enfriaba en el piso del baño de un desconocido.
Cuando terminé de llorar, mire la mesa de luz. Habían $500 y una nota que decía: "La pasamos muy bien, esto te lo ganaste. La puerta se traba sola". Sólo me vestí y salí.
Cuando llegué a mi casa, el drama fue mucho peor que lo normal. Intenté esconder los hematomas pero me resultó imposible. Asique para evitar los gritos de mis padres decidí encerrarme en mi habitación. Me llevé una gran sorpresa al ver mis cosas en maletas, resulta que mis padres habían descubierto la droga que tenía escondida en mi habitación y decidieron enviarme acá.
Lo primero que hice fue intentar correr, pero ya estaba el equipo para traerme.
–Y acá ¿cómo te sentís?
–Bien, supongo. Tengo comida, techo, una cama. Sólo que me siento como si no fuera nada. Simplemente, es como si no viviera. No me encuentro en el lugar, en las personas, no me encuentro ni en mis propios pensamientos. Es como si no fuera nada, nada más que lo que soy ahora, no puedo ser más que esto. Tengo demasiada experiencia para mi edad. Como un viejo trapo que ya cumplió su función. Asique sólo soy mi presente, lo demás no me importa.