JUEVES
Era la noche de Jueves Santo en la prisión de Santa
Magdalena, pero sin los grandes festejos
que debe haber en el exterior. En realidad uno solo podía imaginarlos, ya que
en esta prisión, el contacto con el exterior era casi nulo. De hecho, era una gran mole de material, con
techos y ventanas completamente tapados de hormigón, lo que no dejaba pasar la
luz del sol ni la brisa fresca. Todos los presos encerrados en Santa Magdalena
estábamos abandonados a nuestra suerte. Ni siquiera la mirada de Dios llegaba a
inmiscuirse en el interior de la prisión.
Fuera de eso, no se la pasaba tan mal una vez adaptado,
en especial porque tenía compañía. Nunca faltaban temas de conversación
con mi compañero de celda, el “negro” Menéndez. Por momentos mi camarada parecía un poco extraño en su
forma de hablar, pero ello se explicaba
en que era un tipo muy culto. Además se trataba de un hombre tranquilo, interesante y al que le gustaba
mucho leer, hábito del que me terminó
contagiando. Shakesperare era sin dudas el autor que mas lo apasionaba y le
encantaba hablar de sus obras. Aunque no lo demostrara mucho, por momentos era
una persona alegre. En estos cinco últimos años, se había transformado en el
hermano que nunca tuve. Su nombre de pila era Arístides, y parece que en su
momento fue un cirujano de renombre. Por
supuesto, hasta que mató a su mujer y lo encerraron acá.
Aquella noche, en medio de una de nuestras charlas,
recuerdo que pasó de la serenidad a la melancolía en un segundo, y me preguntó:
-
Lorenzo, ¿qué pensarías si te
dijera que soy inocente?
-
Acá todos somos inocentes –
le dije mientras me reía.
Sin embargo no me acompañó en la
sonrisa y me siguió hablando, con una expresión triste en la mirada.
-
La verdad es que soy
inocente. Estuve cinco años confinado dentro de esta prisión, y me esperan
muchos más. Si algún pecado cometí, creo que lo he pagado con creces. Necesito
volver a sentir el viento en mi cabello, el agua de mar en mis pies, ver un
amanecer en el horizonte, caminar sin importar a donde voy. Quiero ser libre y
volar lejos como las golondrinas en verano. Necesito salir. La cárcel me destruye poco a poco.
-
Es lo que todos quieren – le contesté
– pero, sin ánimos de quitarte la esperanza, es complicado.
-
Vos estás desde hace mucho
tiempo encerrado Lorenzo. Si nos pusiéramos a contar, creo que desde antes que
yo llegará, tu condena ya estaba cumplida.
Podrías irte como un hombre libre, por la puerta grande. Cualquier juez
te otorgaría la libertad. ¿Por que te
quedas? ¿Realmente te gustaría irte?
La pregunta me dejó duro. La verdad es que estuve más tiempo encerrado que afuera. En el
interior soy alguien, afuera no sería nadie. Acá soy “el viejo Lorenzo”, los
jóvenes me respetan, los carceleros me tratan bien, me llevo bien con todos los internos. Sin ser
soberbio, de alguna forma soy como una institución acá adentro. En la calle todo es un misterio, no tendría
idea de como sobrevivir. Los únicos
recuerdos del mundo exterior que tengo, son de cuando era aquel muchachito de
19 años que cometió un error. No volvería a matar a nadie, pero entre los
barrotes me sentía más seguro que en cualquier otro lugar, por más libre que
pudiera ser.
- Soy un criminal peligroso –contesté evadiendo la pregunta-
la única forma que tengo de salir de acá “es con los pies para adelante”, como
te decían los guardias hace años. Aparte, tampoco la paso tan mal en este lado
de los barrotes.
- Tal vez tengas
razón, Lorenzo. – me dijo mi amigo con un dejo de decepción- Puede que la única forma de salir de prisión sea “con
los pies para adelante”.
Luego el Negro se acostó en su litera y se quedó
dormido, supongo que quiso cortar la conversación por lo sano.
VIERNES
Esa tarde de viernes santo, como todos los viernes, estábamos
parados en el pasillo, mientras los guardias revisaban las celdas buscando
cosas para requisar. Había poco personal en la cárcel ya que la mayoría se
había ido para las fiestas con su familia, pero los que quedaban todavía tenían
que trabajar.
El negro me estaba contando que tuvo un sueño, en el
que nos tomábamos un café en una confitería como hombres libres. Si se daba
algo tan disparatado, le dije entre risas que pagaba yo .De pronto, el negro comenzó
a tambalearse hasta caer al piso, parecía que se le había bajado la presión. Como
el medico estaba en el pueblo, trajeron a su ayudante de la enfermería, recién
salido de la facultad de medicina. Muy tarde… mi amigo ya no respiraba. Me dijeron que había que hacerle la autopsia
para estar seguros y que por eso iban a llevar el cuerpo a la morgue del
pueblo, pero que a simple vista parecía un paro cardiaco.
Con el cruel desenlace recordé sus palabras del día
anterior. Digan lo que digan, años de sufrimiento fueron demasiado para su corazón.
El encierro fue mucho mas duro para él que para mí. Menéndez
era como un ave silvestre, a la cual el encierro y el hacinamiento dejaron sin
poder volar, hasta destruir completamente su esencia. En cambio yo soy un
canario, tan adaptado a mi jaula, que perdí toda habilidad para la vida en
libertad.
Mientras se llevaban el cuerpo sin vida del negro, en
una bolsa de plástico, solo pude rescatar que su alma, al fin logró traspasar
las paredes de la prisión, dejando atrás la cruz que lo oprimía.
DOMINGO
Habían pasado dos días desde el fallecimiento de mi
viejo amigo. Como nadie vino a reclamar
sus pertenencias, me permitieron quedarme con ellas: un rosario, algunos libros,
un peine, un pañuelo y un juego de damas. Ahora las cosas eran un tanto más solitarias, ya
que si bien en el patio estaba en contacto con todo el mundo, en la celda me
faltaba mi hermano de tantos años.
Al mediodía, uno de los guardias se me acercó para
dejarme una carta. En tantos años que estaba ahí adentro jamás había recibido
correspondencia alguna, por lo que el hecho me resulto muy extraño. El
remitente de la carta era la “Hermana
Julieta Capuleto”, de seguro ese trataba alguna de esas monjas que escriben a
otros presos para hablarles de la misericordia de Dios. El sobre estaba
abierto, así que obviamente lo habían revisado antes de entregármelo, sin
encontrar nada raro como dinero o una lima para escaparme. El contenido de la
carta decía:
“Estimado Señor Carlos Lorenzo.
“Estimado Señor Carlos Lorenzo.
Le escribo estas
líneas para que el Espíritu Santo derrame toda su gracia sobre usted en este
Domingo de Pascua. Rezaré por Usted para que
logre sobrellevar estos duros momentos de soledad. Espero que se
recupere y este tan bien de salud como yo lo estoy, y si desea saber más solo
debe buscar más en nuestro interior.
Suya en Cristo.
Hermana Julieta Capuleto.”
El contenido de la carta me había dejado pensativo.
¿Cuál era su significado? ¿Quién era esta Julieta Capuleto? Sabía que no
conocía a ninguna monja, y a ninguna mujer del exterior que pudiera tener ese
nombre.
Fue un segundo de iluminación en donde se me ocurrió
que podía significar todo esto. Busque entre los libros del negro en la repisa,
el ejemplar que podía tener la solución. Tomé el libro “Romeo y Julieta” de
donde el nombre me parecía familiar. Empecé a ojear las páginas, sin saber que
buscar exactamente, para ver si encontraba la verdad “en nuestro interior” como
decía la carta. En la pagina 92, me topé
con una frase subrayada con lápiz, en medio de un dialogo de Fray Lorenzo a Julieta:
“FRAY LORENZO: (…)
Toma este frasco, y cuando estés en el lecho, bebe este liquido destilado: de
pronto correrá por tus venas un humor frió y soporífero; las arterias interrumpirán
su movimiento natural y dejaran de latir; ningún calor ni aliento alguno mostrarán
que sigues viviendo; las rosas de tus labios y mejillas se marchitaran y se
tornaran pálidas como cenizas; las cortinas de tus ojos se bajaran como en el
instante en que la muerte las cierra a la luz de la vida; cada parte de tu
cuerpo, privada de la flexibilidad que te permite disponer de ella, permanecerá
rígida, inflexible y fría, como en el reinado de la muerte. Permanecerás cuarenta
y dos horas con ese aspecto que imita a la muerte fría, tras lo cual te
despertaras como de un sueño agradable (…)”
Al leer esto se me dibujó una sonrisa. Llámenme
ingenuo, pero no tenia dudas de que se trataba de un mensaje de mi viejo
camarada. En lo que al mundo respectaba,
Arístides Menéndez estaba muerto, y a lo sumo su cadáver estaría desaparecido,
pero yo sabía que al fin estaba en paz. Irónicamente logró la libertad saliendo
“con los pies para adelante”. Jugó a los dados con la muerte, apostándolo todo;
y ganó, dejando atrás esa cárcel que
poco a poco lo hacía olvidar su humanidad. Ahora sí puedo creer en la
resurrección de la carne.
Tal vez, si mi camarada había tenido todo ese valor
para enfrentar su cruel destino y revertirlo, yo también debería tener el valor
necesario para dejar atrás mi propia prisión. Además le debía un café.