(Trabajo del Taller de Escritura para Adultos 2020. Género: cuento.)
18/7
No hay un día que no me arrebates
tiempo y energías preciadas, aun más para este convaleciente. Me enfurece
pensar en todos los momentos que me restas con tu, tantas veces deprimente y
desesperante, situación. Herida abierta que nunca cura y se necrosa. Se me
ocurren deducciones crueles e injustas. Quiero gritarte mirándote a los ojos y
que mis gestos encarnen más la daga en tu piel. Peor aun, a veces fantaseo con
desaparecer, de tu existencia claro, continuar con la mía con los pedazos que
queden, pues quitarte a ti de mí sería desmembrarme en casi todas mis zonas; tuyas
siempre fueron hasta las íntimas, las más básicas para andar y hablar. Quizá en
realidad nunca llegaron a ser mías. Quizá seguimos en esa simbiosis, en que
alguna vez fuimos felices, serenos al escuchar el ritmo de nuestros pechos. Pero
qué lejana y desconocida queda esa sensación, no por los 33 años transcurridos.
Mi voluntad, por gran parte de mi
vida, era la tuya, adornada por mis consideraciones. Realista, prudente o maduro
me decía, cuando yo apenas me apropiaba de los pequeños detalles que me permitían
tener, al menos, una mínima singularidad en verdad propia, y no aquella que
queda de tus deseos y proyecciones. Manchaste y pudriste mi libido, con una
tinta moralina y pecaminizadora; ya hace más de un año no concluyo un acto
sexual compartido, diría que tampoco conmigo mismo.
Un perrito apareció en escena y es
inevitable sonreírle, se me olvidaron parte de mis pensamientos, así soy de
momento. La ira es intensa en mí, como en casi todos supongo; me recorren recursividades
para el placer de cada rencor e indignación de mi ser. Me gusta que para balancear
la intensidad, la duración sea efímera, porque cuando estoy así mancho todo con
mi bilis y a veces queda así un tiempo, como la señora de a media cuadra, que
osó juzgar a nuestra pequeña familia, y que ni se merece tanta atención.
¿Y cómo enojarme por más tiempo? Es
retórica, pero aun así también es ridícula esta pregunta. Yo mismo no me lo
permito, busco con la mirada el perrito, el cielo estrellado o una escena
cotidiana y cordial en la calle. ¿Cómo admitir mi enojo? ¿Justicia? Ja. ¿Naturalidad
acaso? ¿Reparación? ¿Resistencia? Quizá un poco, pero ¿para qué? Si ya no creo
en la idea que me heredaste, de que sanaremos luego de morir y que un señor hará
“justicia” por lo que fue y lo que no pudo ser. A estos 33 años me remito y
afirmo que haciendo indefinida a esa tolerancia e inercia, solo caemos más
profundo. De acuerdo, no hay que acumular, pero ¿dejar que salga? ¿Sin andar
luego como alma en pena arrepintiéndose de sus arrebatos? ¿Por qué siempre me
queda un gustito de culpa?
19/7
No hay un día que pueda volver temprano a mi soledad. Mi soledad, ni siquiera
puedo llamarla “mi” soledad. Y me vuelve la bronca. Se que no había dicho
bronca, había dicho ira, pero ahora muto. Cuando veo que otro espacio más... me
lo sacas. Ni siquiera llegué a tenerlo esta vez. Me lo sacas sin siquiera
tenerlo, eso es. Así se resumen mis sueños, caen antes de ser siquiera
realmente sueños. Solo son una insinuación de la imaginación que ni siquiera
llego a reconocer como tal en mi cabeza. Mi ilusión se extravía, pero cae, como
en un puente a medio construir. En realidad, estaba roto. ¿Te imaginas cómo sería
la vida si yo tocara el violín? Si no hiciera más que practicar y crear. Mi
tiempo... se rescataría del tacho por arte de los tonos melancólicos tan
variados como los matices de un azul. Irme a dormir olvidándome de las
circunstancias y llenándome de posibilidades armónicas, con ritmos cada vez más
apropiados. ¿Cómo sería la vida si trabajara en... si hubiera crecido en un
vivero? Si cuanta naturaleza me rodeara fuera pacífica y apacible como la
amansada por el cultivo; cada tanto algún lagarto, violentamente veloz, pero no
más que eso. Y la mejor parte, una familia amansada por un vivero. Aunque creo
que nuestra manada sin esta ciudad que nos combustiona, en la que somos
extraños con temor por lo que nos refugiamos en nuestro bunker hasta del Sol.
Entonces, nada.
20/7
Me da bronca
porque me olvidé una vez más de mis cuadernos, de mis ideas, de mis consuelos y
mis divagaciones complacidas. Me lo olvidé como siempre, haciéndome cargo vos,
de él; son bien distintos, pero casi que significan lo mismo. No hay un
atardecer que no esté manchado, no hay un día completo para mí, porque no
existe; al menos nunca ha existido. En los días que no te vi, que no los vi, en
los que no hablé con vos, al menos seguro te pensé, tanto como para adivinar qué
me dirías. Tu opinión es como el Robin de mi Batman, siempre ahí. Pero este es un
Robin desdeñoso y confabulador. Un Robin que todo lo ve y todo lo sabe, que proyecta
sus planes en un Batman que nunca estuvo a la altura de tener un objetivo
propio. Es solo un sueño. Es solo sueño.
Me olvidé mis libros.
Mi bronca quiso decírtelo, para que sintieras un poco de esta culpa. Pero no,
no voy a darte ese placer, porque en vos la culpa no es como en este ser
maltrecho. A todos acá nos hunde más en la miseria emocional, sí, pero pareciera
que a vos te gustara perder; para vanagloriarte de tus victorias. De tus
guerras. Un soldado sin guerra, no lo sería, y cuanto mejor si lleva medallas
de horror. Por eso todas tus penas cumplen roles importantes en tu teoría de la
vida, de vos. Porque sin ellas ¿qué serías? Una señora más. Quizá de aquellas,
estragos de un vivir ya escrito y no por ellas, que arrastran las pútridas
creencias confortantes de su época que las mantuvieron en la locura. A las que
la mayoría rehúye, por lo que andan mendigando una poca de atención con ánimo moribundo.
Que te topas por ahí, con una mirada que exclama: “Por favor háblame, que mi
mente no respiró en todo el día”. Es lamentable, y claro que las comprendo; así
vamos todos, en mayor grado en cuando nos vamos dando cuenta de que quedamos y
quedaremos obsoletos para una ciudad que ya nos usó. Más aun cuando te veo en
ellas, cierto intento de transferencia diría el paidólogo que nos trató, les
continúo las charlas con cordialidad, no siempre, pero más que tantas para
arrepentirme. Rara vez termina bien, pues todo parece arrancar con una buena intención,
una mirada tierna y amable, amable solo con vos. Que te comenta la dulzura o
las penas de su familia, de su jardín o propias. Cómo la rema con el reuma, la presión
alta y la artritis de la rodilla; con la decadencia del cuerpo. Decadencia que ojalá
solo fuera del cuerpo. Una ser que compulsivamente sale a la espera de que
alguien la mire, gestos y ojos semi-comprensivos. Ojalá solo el cuerpo sufriera
procesos de descomposición. Las mentes, esas mentes, nuestras, más aun de los
que ni se dan cuenta, lo digo desde la experiencia patrimonial: chorrean
alaridos por misericordia, quieren piedad. Y más aun, como no tienen, la piden,
como no tienen, la quitan, la escasean y ratonean. Claro que son amables ahora,
pero qué tal con la vecina del piso de arriba que es madre soltera, el pibe que
viste ancho y no anda con cara de hipócrita, el señor que toma de su trago solo;
ayer en una mesa, esta tarde en la vereda, en la mañana por la plaza, buscando compañía
con extraños. ¿Acaso no hace ella lo mismo? ¿No se droga y busca algún extraño con
quien desahogar su conciencia entumecida? ¿Y qué escupe? Malas noticias y malos
augurios, casi pareciera maldecir todos los tiempos; ¿cómo podría decir otra
cosa? Acá es donde tengo miedo de seguir este camino juntos y ser calcos análogos
de esas gentes. Es que esa predisposición es contagiosa, en ciertas
circunstancias inevitable, ¿no, madre? Le gusta lucir un traje hecho a la
medida y artesanal de cordero. Luego de sintonizarte, el mundo ya está en el
suelo y ustedes hacen de comentaristas. ¿Qué se mezcla para ello? Además de la
decadencia indesligable del espíritu acomodado y hecho para esta época; que construye
una cotidianidad que lo va corroyendo con amargura. No por la rutina misma,
sino por lo lejanas y contrapuestas que terminamos dejando todo aquello que nos
movilizó el corazón. Lo deseado toma la forma del capricho, que no depende de
uno ni del qué ni el cómo. Se combina con este gran desperdicio de vida: el
peso del tiempo, que como con todo, le abre paso para seguir cayendo aun más. Inevitablemente,
si no se tira abajo este camino destinado a la muerte crónica, una pestilencia
cada vez más amplia e intensa destilará su ser al pasar las historias. Y acá estamos
sentados tomando un absurdo té, con los sentidos insensibles.
Y ahora nada y se ahoga. Nada y se
vuelve a ahogar, en la salsa de su bilis con las babas que no supo tragar.
Espesa y estancada, que ha atrapado los olores y sabores de los restos de todo
aquello que alguna vez la conmovió. Los restos de aquello que alguna vez sintió
intensamente y no supo tragar. Harta y cansada, te acomodaste en lo espeso y
denso; que va absorbiendo las luces y aires frescos de cuanto lo rodea. Cada
tanto, uno come de esta desazón por elección. Nos servimos todos del gran
plato, entusiasmados y expectantes ante la incertidumbre que nos dan los nuevos
síntomas del avance de tanta enfermedad. Hay quienes comen asqueados, y sin embargo,
se sirven una gran porción. Refunfuñando, pero sin obligación. Y es que el alma
necesita, disfruta de que simplemente algo ocurra, que le sacuda las emociones
e impresiones amarillentas, y si es necesario, que manche cuanto sea. Porque
claro que no le alcanza con lo placentero y natural de comer, defecar y
rascarse. No satisface los deseos, pálpitos y extravagancias de un ser humano, aun
más en aquel que probó la vigorosidad de la afirmación que le hace frente al miedo
natural. Con todo esto solo me doy ánimos y argumentos para volver a salir,
sabiendo que no habrá vuelta atrás, esta vez yo no me y no te lo permitiré,
aunque no sé cómo haré. Si hasta me armabas parámetros para bailar de manera
adecuada. Ahora todo no es solo incómodo, quema, como el reproche que no se las
de la de tal, “recuerdos” me decías con cariño, de cuando tragaste, te ahogaste
y soportaste a este traste sucio que te dejó dentro el otro sucio con el que
desayunas la desgracia cada día.
21/7
Allí esta la juventud con su tiempo
libre, disfrutando el calor del sol. Yo logré huir a tiempo para ver su luz,
hoy pude. Pero no alcanza con el cuerpo, mi mente sigue ahí. Quisiera, claro,
poder traerla conmigo y pasearla por el pasto y mirar juntos ese perro. Así de
escindido deambulo por las calles de este rectángulo de ciudad. Puedo imaginar
que les parecería un absurdo lo que digo, ya no me importa, feliz cumpleaños a
mí. Y al final solo es decir lo evidente, nuestra fragmentación es inescapable,
precio de una cómoda caída libre. Lamentablemente no guardo en mí tantos deseos
como para pedazo y como quisiera, pero sí distingo uno, que le pertenece al
ahora. El unirnos del todo, todos, con el presente. Ese si sería un obsequio
para este anacoreta. Simplemente estar de lleno en todo esto. Y que cuando pasemos
por una plaza respiremos la vida, miremos al cielo con ojos grandes tratando de
comernos cada matiz, y al caminar tratemos de hacerlo lento.
Silencio. A veces gano una batalla y
obtengo silencio. Pero como no soy buen ganador, mancho la victoria con sobre-pensamientos,
críticas sin propósito disfrazadas de constructivas y justas; que tiran abajo mis
defensas apenas construidas, ¿soy yo o ustedes acaso? No sé si ustedes dentro mío
ocupan más espacio que afuera. Y escupo, cuando me lo fumo escupo, yo todo negro
y puro, contaminado por la palidez del humo con su sabor invasor. Yo solo
quiero exprimirle su efecto depresor, un bajón de presión y la distracción que
da el fumar, así tus palabras se acomodan al ruido vacío. Una vida de creerles
todo solo puede avanzar a dejar de creer en algo. Consumir, porque yo como la
señora, también tengo mis sustancias. Y la señora somos todos, y vos, vos y él,
más que nadie. Por ese tema del tiempo, ¿viste? Es en vano mi pregunta, porque
nunca la escucharás de mí, pero igual lo digo, lo que hace más difícil lo
vuestro es el peso del tiempo en sus sesos ya aplastados.
Allá pasa un pibe, con paso ligero, degustando
el bosque con la mirada. Yo apago el pucho pensando en que no tengo amigos,
arruiné cada oportunidad, y a consciencia. Pues son peligrosos, ¿solo en la
familia se puede confiar? Por ahora no toleraría la presencia de alguien nuevo.
¿O eran ustedes los que no lo toleraban? Y sin embargo sé que al cabo de un
rato, por algún momento me distraería y zambulliría en sus palabras con atención,
olvidándome de mi persona. Somos intensos, lamentable y favorablemente para mí;
nos hacemos más problemas de cuanto se pueda, los del entorno, los de ayer y
los de mañana; a veces si nos enteramos, los del lejano. ¿Qué más podría hacer
con la historia de ustedes entonces? Sino torturarme como vos me enseñaste, y
nunca soltar. Así durante horas, días, hasta meses, quizá la vida entera, se me
puede ir, se me fue, buscando una respuesta. La mente tiene algo de maliciosa y
trae al presente frecuentemente los recuerdos más ofensivos, ¿o solo soy yo? Aunque
por primera vez recordaba algo bueno de aquel único viaje largo que hicimos
cuando tenía 7. Fue que “escalamos” un cerro para quedarnos admirando la ciudad
a sus pies, que ustedes me iban presentando. Así como hacían con el resto del
mundo conocido. Me dieron las primeras impresiones de todo cuanto cabe en una
mente inmaculada, y cómo negarme, si todos arrastran malas intenciones, según
ustedes, no puedo confiar en nadie más. Todo cuanto mirábamos era bello, cruel,
despiadado, miserable, egoísta y altanero. Y ahí están mis amigos, los que a
veces niego, mostrándome las múltiples caras del mundo que siendo altanero, también
se queda con sed por darte agua, y vomita para alimentar las plantas. Pareciera
que nunca conociste tal nobleza, te quedaste en el miedo y desde allí me
gritaste con pánico. Yo hice lo mismo, hasta asquearme, y por respirar tuve que
salir de ahí. Cuánta culpa y pena me costo, pero mi ser en el fondo no se arrepentía,
había probado de la copa de la vida un sorbo de aire nuevo. Y ahí, mientras
andabas siempre tan siempre cansada y ocupada, yo me aventuraba por los
rincones de la ciudad, de la casa, del sótano y del árbol de enfrente. Mis
refugios sin reparo. Haciendo mi pequeño espacio, sin paredes, pero donde ustedes
no llegaban. Ahí desapareciendo del mundo, pero siendo más que nunca parte de él,
sin que nadie pudiese llamarme. Y no independientemente, pero sí con la mano más
ligera, iba poco a poco (y no sin mucha inseguridad) dibujando juicios propios.
Parámetro humano necesario para decidir hasta lo más mínimo. Y mis acciones,
como hojas en el viento, como las de un niño de diez años, iban planeando en el
aire sin las turbulencias que, con la edad y comunidad, se las tira al piso.
Inconveniencias convenientes para tirar la voluntad en pos de una tranquilidad aberrante,
un silencio funerario en las almas y casas, donde nadie se divierte. Para parar
cualquier actividad real y considerar opiniones imaginarias. Y como inevitablemente
estas corrientes chocarán con los garabatos de un niño y las líneas de los padres,
se generan juicios abominables como creado por Frankenstein. Se contradecirá, y
luego reafirmará la incongruencia, para quedarse en la nada que no estorba. Por
eso cuando te odio (sí, venimos de la bronca y de la ira) me asqueo. Casi que
no puedo decirlo, y me odio a mí mismo por pensarlo, porque no te odio, yo te
amo, yo los amo. Pero solo quien ama es capaz de odiar así, ¿no? No, no…
Creo que me es una urgencia decirlo,
reconocerlo al menos. Y sí, ¿cómo no te voy a amar?, ¿cómo no te voy a odiar? Y
si me dañaste en tu ingenuidad e inocencia de quien lastima por cuidar y defendiéndote
te golpea. De quien no tuvo tiempo de pensar, apenas para pelear. Y miro al
costado, y pienso que no te mereces ser odiada por esa porción de mí que lo
siente intensamente. Que es imposible hacerlo, porque la vida es austera y
miserable para pensar en eso… y vos hiciste lo que supiste. No quisiera ni
decirlo en voz alta, pero algo me incita a hacerlo. ¿Y cómo? Si no eres consciente
de los porqués, y jamás lo harías adrede. Y está demasiado por demás aclarar
que no tienes la culpa, porque ni enterada estabas de lo que pasaba, de lo que
se gestaba y enraizaba en nosotros. Ni lo estás de mi auto obsequio. Estoy de más
yo, porque hay tanto en lo que no te entiendo, tanto inimaginable, que me
parece un pecado odiar, en general, pero hacia ti, un sacrilegio. Te lo dije
por primera vez el 18 de julio con mirada confusa: yo te amo. Pero consecuentemente
a los mismos motivos: también te odio. Porque al andar es casi inevitable
ensuciar.
22/7
¿Qué haré al hundirme para correrlos
de mí? Aunque me parezca imposible, es vital hacerlo.
Sé que a veces ni te percatas de que
lastimas y otras disimulas, como un niño. Y yo me quedo sin espacio, es muy
literal. Otra vez la angustia está en mi cama. Porque no sé ir más allá. ¿Por
qué no sé ir más allá? Cuando me fui bien lejos un buen tiempo, siempre me
obligabas a volver con tus anuncios lastimosos, y por lógica familiar yo debía
acudir. Lo peor es que no quiero a nadie. Lo máximo que podría admitir sería
una presencia animal y al final ni a ti te quiero. Fantaseo con una caja para mí
solo, oscura y fresca, con un toque húmedo y eterno.
Y mientras me voy percibiendo, veo
con pena que cuanto pienso, digo y hago es ridículo, hasta ese mismo orden. De
todo y todos, resulté una nada asquerosa que vive arrepintiéndose y dudando, pero
no hoy. No me iré con mis pedazos, lo dejaré todo aquí en estos cuadernos que desaparecerán
en el agua, como todas mis desavenencias, como todo tu cuerpo, que nunca llegó
a ser mío, y elijo robártelo, para lanzarlo vacío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario